en verdad
no había sido una buena idea
pero prefería mantener despierto al fuego,
antes que pasar la noche cerca de aquella puerta

consideró la siesta
en el sillón de terciopelo verde oscuro
sólo pudo observar a las ratas comer
esperando

absorta y creyendo que soñaba
el color de esa piel podía
cambiar, efectivamente

ese tipo de frío
no era del que se acostumbraba a sentir
en una mejilla

le daba vueltas al nombre ese, tan diminuto
tan pequeñito,
que no podía ser pronunciado
sólo podía ser pensado

el sapo esperaba a su lado y la miraba
ella lo miraba y sonreía
cambió de idea rápidamente

no solía creer en la espontaneidad de la magia
y dejó de creer en la magia
cuando indujo ese conjuro

sólo dejaba un ojo fuera del catre
mirar al perro, saber que él estaba abrigado
la reconfortaba

si ese cazo no tuviera tanto moho
serviría de espejo provisorio
que refracte el rayito que entra

entre dientes se decía
la predictibilidad, del fin del asunto
el espejo roto

las excoriaciones en la piel
estaban ocultas
pero vivas

en un gran recipiente de hierro
estaban guardadas las frutas ornamentales
pero tenía la tapa puesta

en un pequeño recipiente de hierro
se pueden guardar un montón de cosas
que no necesariamente requieran fuego, un simple guardadero

generar intimidad
dentro de una gota
u orificio despojado de certezas

temerosa
inequívoca
entró y se quedó quieta ahí, por un tiempo largo

estaba carcomida ya, la hojita
de tanto borrón y lápiz
los cálculos le daban siempre bien
pero aún no podía creerlo

creyó prudente sentarse por un rato
aunque el taburete aquel,
no parecía haber tentado a nadie en décadas

sólo se preguntaba
sobre la consistencia de aquel muñeco de trapo
lo cierto era, que llevaba mucho tiempo allí

si la luna pudiera estarse quieta sólo un momento
ella podría aprovechar ingeniosamente su luz

entendía que cada tanto le pudiera suceder
que las vigas debajo suyo crujieran
pero no, que ya no todos los días de la misma manera

no sabía si hablar con los caracoles de la pared
o si tenerles asco
o comerlos

un paso tras otro
la bujía no promete quedar mucho tiempo más encendida
y el viento húmedo, en ese sótano entumeciendo sus piernas de rodillas descubiertas

la cara todavía le olía a jabón blanco
y el pelo mojado, largo, en torno a su cuello y espalda
caminaba lenta

las manos blancas
las uñas rojas
apretando el frasquito de vidrio marrón